«Algo ha puesto mi pobre vida cálida en las manos de alguien».
—Maria Rilke

El amor que das nunca se pierde es una frase que habré leído en algunos de los libros que tratan de este tema y llevan acompañándome desde hace más de veinte años. Ahora voy dándome cuenta del interés y la curiosidad que posee este aspecto vital como es el amor para conocerse uno mismo. Comencé con Enrique Rojas y en la actualidad es la hija de este psicólogo la autora de otras obras a las que le he hincado el diente. Con su padre descubrí el clásico del siglo XI ‘El collar de la paloma’, un tratado sobre el amor del que he escrito en otras entradas.

Sin embargo, hoy no vengo a hablar de libros sino de parte de mi experiencia. Cuando cuentas con una edad, o dos —como decía un buen compañero de trabajo—, la vida te va desgastando la suela de los zapatos de recorrer mundo y encontrarte con personas que son las que de verdad te enseñan. Sólo unas pocas elegidas —al menos en mi caso— me han marcado por los valores humanos y el ejemplo a seguir que suponen. Obviamente, ninguna de ellas está al alcance de los mortales como yo, de lo contrario no tendría ningún mérito ni valía.

«Laura», 23 mar. 2024. Málaga

¿Perteneces al mundo de los ángeles o al de los hombres?
Dímelo, Porque la confusión se burla de mi entendimiento.
Veo una figura humana; pero, si uso de mi razón,
hallo que es tu cuerpo un cuerpo celeste.
¡Bendito sea El que contrapesó el modo de ser de sus criaturas
e hizo que, por naturaleza, fueses maravillosa luz!
No puedo dudar que eres un puro espíritu atraído a nosotros
por una semejanza que enlaza a las almas.
No hay más prueba que atestigüe tu encarnación corporal,
ni otro argumento que el de que eres visible.
Si nuestros ojos no contemplaran tu ser, diríamos
que eras la Sublime Razón Verdadera.

El caso es que me gustaría hacer un humilde y pequeño reconocimiento para una de esas gigantes que desde hace unos meses no ha dejado de darme lecciones ni un solo día. Me pregunto cómo es posible que haya seres con el corazón tan infinito que sientes que nunca se les acaba la capacidad de amar. Cómo hacen este tipo de elegidos para no tener ni un solo descuido y anteponer siempre a los demás. Cómo pueden dar tanto a cambio de nada.

Si hay alguna mujer en mi vida, no tengo ninguna duda de que es ella. Cada día se empeña en convencerme. Su nombre es Laura, la mujer que lleva semanas demostrándome con una dulce contundencia aquella sentencia hispanoárabe que un jovencísimo lector pensaba que había comprendido:

Mi amor por ti, que es eterno por su propia esencia,
ha llegado a su apogeo, y no puede ni menguar ni crecer.
No tiene más causa ni motivo que la voluntad de amar.
¡Dios me libre de que nadie le conozca otro!
Cuando vemos que una cosa tiene su causa en sí misma,
goza de una existencia que no se extingue jamás;
pero si la tiene en algo distinto,
cesará cuando cese la causa de que depende.

Da igual que la ponga a prueba de una u otra manera, ella siempre sabe responderme igual. Nunca se cansa de luchar por mí. Y a pesar de sus miedos tiene la valentía de un púgil y la convicción de un campeón. Supongo que me eligió porque no podía ser de otro modo, porque nadie podría hacer lo que ella es capaz de hacer conmigo, porque nadie sabe amarme como solo ella puede. Así que siempre, pase lo que pase, estaré en deuda con su enorme corazón.


(*) Poemas de Ibn Haz pertenecientes a “El collar de la paloma”, siglo XI.
(**) Del poema La enamorada:

«Pero en estas semanas, ahora en primavera,
algo me ha lentamente desgajado
del año tenebroso e inconsciente.
Algo ha puesto mi pobre vida cálida
en las manos de alguien
que ignora lo que aún era yo ayer».
—Maria Rilke, La enamorada