Hay dos tipos de hombres, me refiero a hombres de verdad, del resto nunca se ha escrito nada. Uno es el personaje de Bogart en Casablanca, el otro es Victor Laszlo, el héroe más buscado de la resistencia francesa. El primero se pregunta cómo es el segundo, cómo es ese hombre del que ella se ha enamorado.
Los años no sólo te enseñan a reconocerlos, aprendes también a verte en uno de ambos. Por supuesto, Laszlo jamás se cuestionaría a cuál de los dos pertenecería, pero Bogart lloraba todas las noches frente a su botella de whisky tratando de encontrar eso tan importante que había hecho que Ilsa, o sea, Ingrid Bergman, cayese rendida en otros brazos masculinos.
Pensaba en ello estos días atrás (a decir verdad lo llevo haciendo toda mi vida) mientras observaba qué diablos tienen algunos para llevarse a la rubia de la cuarta fila. Y en el transcurso de mis reflexiones sigo a vueltas con algunas cosas. Parece que la rubia de la cuarta fila sólo se deja engañar por el chico que se sienta en la última. Confieso que hasta hace muy poco creía que estos elegidos eran los típicos pichaflojas que siempre hubo. El cine está minado de ellos casi tanto como la vida. A la cabeza se me viene Calle Mayor de Juan Antonio Bardem, que esta noche pienso calzármela otra vez. Ya saben, esa clase de fanfarrones que engatusan vaginas con su egocentrismo, su materialismo insustancial y otras miserias siempre admiradas, da igual la época. Pero, reconozcámoslo, las mujeres de verdad, las que saben cómo decir aquí estoy sin abrir la boca, nunca se equivocaron con el hombre al que decidieron amar (si es que esto puede decidirse).
O sea, que aunque Bogart es mucho Rick, o Rick mucho Bogart, el que conviene es Laszlo, que para eso es el héroe. Y dentro de las posibilidades de cada una (no me cansaré de decir que el bello sexo desborda inteligencia) siempre saben cómo hacerle el guiño a la mejor de las elecciones.
Y, bueno, Robert Capa sin lugar a dudas pertenecía al primer grupo, con mucho encanto pero sin ninguna Ilsa Lund. A partir de la muerte de Gerda Taro, intentó refugiarse en vano en todas las faldas que pudo. Decía Jose Manuel Navia en una conferencia que dio hace poco en Barcelona que desconfiaba de la satisfacción de aquellos hombres que iban de mujer en mujer. Tenía razón, aunque nos pese. Por eso Rick (Bogart) sabía que no amaría a otra como Ilsa (Ingrid Bergman) y que sólo le quedaría París, aferrado a su botella en una de las escenas más románticas que el cine nos haya regalado jamás.
Si aún no han visto Casablanca no sé a qué esperan; es lo más parecido a comprender cómo se ama a una mujer. Decía José Luis Garci que nunca se ha hecho una película más redonda en la historia. Estoy con él.
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