Eduardo Momeñe no tiente Instagram. Creo que ni siquiera una página web… Hace tiempo que leí su libro La visión fotográfica. Lo hice cuando ya poseía cierta andadura en esto de la Fotografía, como seis o sietes años pegándole al disparador y habiéndome chupado varios cursos, documentales y exposiciones. El libro de marras es un texto que conoce cualquiera que predica su interés por este arte y le gusta hacer fotos y eso.

El caso es que estos días quería escribir una entrada con la que comenzar esta web que acabo de reformar (los post anteriores son todos de páginas pasadas); y que versara sobre la exposición y las redes sociales. Especialmente en Instagram, que es la que más se usa ahora; porque ya sabemos que el tiempo es más duro y exigente con la tecnología. Y estoy seguro de que en menos de cinco años habrá pasado de moda… o no será la misma. Y también, porque he estado ausente durante varios meses y la intención no es retomar el mismo ritmo que anteriormente.

En cualquier caso, me gustaría reflexionar sobre dos ideas: uno, que Instagram no es un medio hecho para la Fotografía; y dos, que no se puede crear si estás pendiente de las interacciones de las redes sociales y te dejas influenciar o contaminar por todo lo que ves en ellas (lo bueno y lo malo).

Cada vez que viene alguien a mi estudio y ve las mismas fotos que subo a Instagram, pero en la pantalla de mis ordenadores (tengo monitores de 27 pulgadas con 4K) se queda sorprendido. Me encantaría conocer la reacción de estas personas si hubieran estado en la exposición que se hizo en 2011 de Cristina García Rodero en el Círculo de Bellas Artes de Madrid llamada Transtempo. La sala estaba repleta de imágenes de gran tamaño, algunas alcanzaban los dos metros. O más recientemente, la que hubo este verano sobre la obra de Peter Lindbergh en Fotografiska, en Estocolmo… impresionante. Es evidente que no se puede comparar, pero es que Instagram es horrible para apreciar las fotos. Para empezar, no deja subirlas al formato que quieras. Prima las verticales sobre las horizontales. No puedes visualizarlas sin distracciones como por ejemplo sí permite Flickr. Y es impensable lo de girar el móvil para mostrar mejor las imágenes apaisadas. Por no hablar de la absurda censura contra el pezón femenino… O lo peor: es una red que ha conseguido banalizar (todo) el arte debido a la convivencia de obras de esta intencionalidad con todo tipo de selfies, vídeos y contenido trivial. El contexto es parte de la obra. Sobre esto último, soy consciente de que los intrusos son los fotógrafos y artísticas que quieren promocionarse en dicha red, pero el resultado en buena medida me temo que es ese.

Eduardo Momeñe, Retrato con cámara Nikkormat, 2016

De otra parte… Vivian Maier tampoco tenía Instagram. Vale, no existía. Pero la estadounidense no publicó ni una sola foto. No ya en Internet (que tampoco existía hasta los últimos años de su vida), sino en ningún sitio. Su interés era hacerlas. Decía Eduardo D’Acosta que para producir un proyecto fotográfico lo primero que tienes que tener son ganas de hacer fotos. Enseguida nos entra la prisa por compartir y deseamos destacar y recibir muchos likes y mucho reconocimiento. Nos pasa a todos. Yo veo fotos o libros de fotografía y me entran las mismas ganas de hacer fotos como de jugar al baloncesto cuando de pequeño estuve en el estreno de la película de ‘Man can’t jump’. Quiero decir con todo esto que no se puede comenzar la casa por la ventana. Eres fotógrafo cuando te es imposible dejar de hacer fotos y tienes algo que decir. Lo de compartirlas creo que es algo secundario. Así le enseñó el profesor Whit Burnett a J.D. Salinger. Lo puedes ver en el biotopic que le hicieron llamado Rebelde entre el centeno. Luego Salinger, después de participar en la segunda guerra mundial y de que Chaplin le soplara la novia, y de triunfar con El guardián entre el centeno, se encerró en una casa en Cornish (Nuevo Hampshire) y nunca se supo más de él. “El éxito se produce en la privacidad del alma (…) no tiene nada que ver con variables externas a ti”, es lo que escribe Rick Rubin en su libro recientemente publicado en español El Acto de Crear. No quiero abusar de sus citas, pues podría escribir mil artículos con ellas ya que lo tengo todo señalado y subrayado; pero sólo una más: «El éxito popular no es un buen barómetro de una obra y valor. Para que una creación artística destaque en el plano comercial se deben alinear varios astros, y ninguno de ellos guarda relación con la calidad del proyecto (…) No es raro que aspiremos a triunfar con la esperanza de llenar un vacío interno (…) Comprender que aquello que has perseguido buena parte de tu vida no te quita las inseguridades ni te hace menos vulnerable puede provocar una depresión».

Pero es que, para crear se requiere silencio. Pensar, sentir, vivir… no se puede tener prisa si pretendes decir algo interesante, tratando de hacerlo de una manera distinta a como ya se ha hecho. Hay que tener cuidado con lo que se ve, pues terminamos copiando inconsciente o conscientemente aquello a lo que estamos expuestos. No olvidemos que somos enanos en hombros de gigantes… pero también podemos convertirnos en enanos en hombros de enanos. Publicamos apresuradamente, lo hacemos movidos por el ansia de obtener ese like, ese reconocimiento del que hablaba. Y no pasa nada por querer destacar en esta sociedad en la que predomina una competencia superficial, pero personalmente creo que las obras que tienen poso y profundidad se gestan de otro modo. Dice Thich Nhat Hanh que «La conciencia colectiva puede ser destructiva, como la violencia de una muchedumbre encolerizada o, de una manera más sutil la hostilidad de un grupo prejuicioso o murmurador».

Instagram es una gran red social porque todo el mundo la tiene. A los creadores les sirve para promocionar sus obras y darse a conocer, que no es poco. Es una fuente inagotable de recursos. Sin embargo, no está pensado para ello. Sus ingenieros deben de preocuparse más por cómo dar cabida a selfies anodinos y vídeos de chorradas que cuidar una producción de valor artístico. Es verdad que en ella se puede descubrir a muchos fotógrafos interesantes, no me cabe duda porque yo lo he hecho. También se puede conocer gente que comparta este amor por la fotografía, claro. Pero para apreciar la obra en las condiciones que ésta se merece, en un medio que le haga justicia, sin duda alguna no es el lugar. Para eso tenemos otras redes sociales que a mi juicio lo intentan con más acierto pero con menos éxito: 500px, Behance, Flickr. Y por supuesto la web del artista, y sobre todo, los libros y exposiciones.


Por si algún despistado no sabe quién es Eduardo Momeñe o Vivian Maier, y el sentido de este articulillo no se pilló por completo, dejo aquí unas palabras acerca de ambos.

El primero, Momeñe, es un reconocido fotógrafo y autor especializado en estética fotográfica. Ha impartido multitud de cursos, talleres y seminarios. Destacó con proyectos como la serie de televisión «La Puerta Abierta» y la revista «Fotografías», ambas consideradas obras de referencia. Inició su carrera en 1974 y desde entonces, sus obras forman parte de colecciones públicas y privadas de varios países. Ha dejado su huella en reconocidas revistas como Vogue, Marie Claire, Elle y Style, que han publicado sus imágenes de moda, ilustración y retrato. Otros libros que se le conocen son «Las fotografías de Burton Norton» y «El placer de fotografiar», así como la coordinación de «pam/Plassu» editados por AfterPhoto. Sus retratos y composiciones de estudio se recopilan en el libro «Eduardo Momeñe» editado en Photobolsillo por La Fábrica. Sus fotografías capturan la atención sin estridencias, interpelándonos con una mirada que ni complace ni desagrada. Su lenguaje es un intento sereno y desesperado de hablar sobre la vida, comparándola con la experiencia de un náufrago feliz, invitándonos a reconsiderar lo que creíamos conocer sin pretender agotar la realidad ni pronunciar la última palabra.

Y qué decir de Vivian Maier… su historia es fascinante. Nació en 1926 en Nueva York. Mientras trabajaba como niñera utilizaba una cámara Rolleiflex con un pequeño baño como cuarto oscuro donde revelaba alguno de sus carretes. Así pasó toda su vida, documentando las escenas callejeras de Chicago y Nueva York, destacando por su enfoque incansable en la Fotografía. Tras una caída en 2008, falleció en una residencia de ancianos en Oak Park (Chicago) a los 83 años sin ningún reconocimiento a su obra. Fue descubierta por joven amante de la historia: John Maloof, quien en una subasta en 2007 halló todo el tesoro que esta mujer había producido: aproximadamente cien mil negativos, con alrededor de 20.000 a 30.000 carretes sin revelar debido a su escasez económica. Actualmente se he han dedicado decenas de exposiciones por todo el mundo y se han publicado varios libros y documentales sobre ella: Vivian Maier: the color work; Vivian Maier. Street photographer; Vivian Maier: Self-Portraits; etc. Y sí, tiene web: www.vivianmaier.com.

Y para completar el artículo, por si a alguien le han quedado más ‘ganas de’:

– Eduardo Momeñe (2009): La visión fotográfica: curso de fotografía para jóvenes fotógrafos.
– Rick Rubin (2023): El acto de crear: una manera de ser. DIANA.
– Thich Nhat Hanh (2016): Silencio. El poder de la quietud en un mundo ruidoso. URANO.