«El alma libre es rara, pero la identificas cuando la ves; básicamente porque te sientes a gusto, muy a gusto, cuando estás con ella o cerca de ella».
—Charles Bukowski

¿Cuánto se habrá escrito sobre la utopía? En cierto sentido demasiado. Pero quizás nunca lo suficiente como para recoger todos los sueños imposibles, tantos como idealistas y soñadores. No hay una sola, hay utopías.

Etimológicamente, la palabra proviene del griego y se compone de los elementos «ou-«, que significa «no» o «ningún», y «topos», «lugar». Literalmente: “no lugar”, ”ningún lugar”. Un concepto que trata de definir un lugar que sólo existe en el mundo de las ideas y por ello inalcanzable. Fue acuñada como neologismo por el humanista inglés Thomas Moro en 1516. En su obra homónima se refirió así a una isla ficticia en la que todo era ideal. Casi siempre este tipo de experimentos suceden o se imaginan en islas.

A diferencia de la “eutopía” o lugar feliz, la utopía no necesariamente debe comprenderse como algo bueno. Simplemente es algo ideal, y no por ello quiere decir que sea deseable aunque se suponga que la idea, por ser tal, es algo perfecto. Por lo tanto, su definición es más neutra de lo que podría parecer. Sin embargo, no por ser una idealización de la realidad, deja de tener importancia. Al contrario, una utopía nos sirve para guiar nuestro rumbo, igual que el horizonte. El horizonte tampoco existe más acá, sólo es en la lejanía. A medida que te vas acercando a él, o bien desaparece, o bien continúa alejándose.

¿Acaso podemos soñar aquello que ya poseemos? No, a menos que tengamos la pesadilla de haberlo perdido. Sólo se sueña lo que se desea. Los sueños son imprescindibles. La vida es un equilibro entre lo que se ‘tiene’ y lo que se anhela. Lo primero nos sirve para estar satisfechos y sentirnos felices; lo segundo para no caer en el conformismo y continuar luchando por aquello que haga que nos merezca la pena la existencia. La vida trata de convertir en realidad lo que no es. La vida consiste en intentar que tenga lugar el ‘no lugar’. La vida es alcanzar una utopía. O al menos, continuar en su búsqueda. Por tanto, una utopía sí tiene lugar… en la imaginación.

Málaga, que no es una isla.

Y quién sabe lo que es posible de lo que no. Y qué maravilla cuando te cruzas con alguien que te lleva de la mano a ese lugar ideal que ya existe de sólo imaginarlo, de sólo desearlo. Una metáfora también puede ser una utopía.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños sueños son.

Pedro Calderón de la Barca: La vida es sueño (1635).

Me queda decir que coincido con Christopher McCandless, quien antes de morir deja grabada con un cuchillo sobre la mesa de madera la siguiente frase: La felicidad no es absoluta si no es compartida. Una conclusión a la que llega después de meses vagando por Estados Unidos para descubrirse a sí mismo. Yo tampoco creo en utopías no compartidas, no creo en islas desiertas. Además, el sueño sólo es un pretexto para caminar, lo que importa es encontrar la compañía que durante el andar desee compartirlo.

¿Verdad, Bukowski?