A pesar de los años que llevo en esto, del tipo de imágenes que publico aquí o en mi web, y de los artículos donde explico cómo entiendo la Fotografía y qué busco en ella, a menudo ocurre que se me confunde. Por más que insista en que no veo modelos, sino personas, más allá de si sus medidas se ajustan a los estándares de belleza, de si tienen diez o diez mil seguidores, de si no han posado antes o cobran por hacerlo, da igual cuánta energía dedique: cada vez que propongo una colaboración, la reacción inicial suele ser de desconfianza o contrariedad. «No soy modelo, no sé posar», me dicen. Aun así, seguiré explicando qué busco y dónde encuentro la satisfacción.

Por ejemplo es cuando doy con alguien que se atreve a hacerse fotos de intimidad por primera vez y comprende todo al ver el resultado final. O cuando una chica, acostumbrada a ser fotografiada como un producto —muchas veces sexualizada— descubre que puede generar imágenes potentes con su belleza natural, sin erotismo ni poses forzadas. El primer caso vive un descubrimiento; el segundo, una liberación. Porque, una estaba alejada de este mundo, y la otra, aun estando dentro, no sabía lo que se estaba perdiendo.

No me interesa que hayan ganado concursos de belleza o representen marcas de ropa; si tienen o no práctica. De hecho, muchas veces la experiencia previa es un obstáculo, porque se traen vicios que obstaculizan la naturalidad de lo que busco. Si propongo una sesión a alguien con un físico trabajado, es para demostrar que el verdadero retrato consiste en quitarse la máscara y renunciar al ego. Se trata, si se quiere, de aprender a valorarse más allá del rol de reclamo sexual. Es curioso que, en una sociedad donde la mujer reivindica ser más que un objeto, Instagram esté repleto de cuerpos esculpidos o aspirantes a parecerlo. No critico el deseo de tener un físico determinado, yo también intento cuidar el mío. Lo que digo es que somos mucho más que un cuerpo estandarizado que tarde o temprano cambiará hasta desaparecer. Que debemos aceptarnos y querernos incluso si no encajamos en esos cánones. Y que la Fotografía no está reservada sólo para quienes cumplen con ellos. Todos somos dignos de disfrutarla. Me parece que las redes sociales se han convertido en un catálogo aburrido de imágenes en serie. Si se persigue la exposición personal, me parece bien aunque no la comparta, pero me gustaría que quedara claro que no debemos confundir eso con la creación artística, ya que quedan demasiado lejos.

Entonces, ¿qué cualidades valoro en alguien a quien le propongo una colaboración? Valores humanos. No son fáciles de encontrar aquí ni en ninguna parte. En estos años he tenido muchos sinsabores por contactar también con gente equivocada. Me han dejado de hablar sin explicación, cancelado en el último momento, cambiado fechas constantemente, tratado sin respeto. Incluso una modelo me dijo que jamás llegaría a nada. Por no mencionar las muchas veces que ni siquiera contestaron. No soy el único, es algo común que comentamos entre colegas. ¿Por qué cuesta tanto decir simplemente que no te interesa porque no se ajusta a lo que buscas?

Lo peor de todo esto ni siquiera es el desprecio o el agravio en sí, sino el obstáculo para futuras colaboraciones, ya que cada decepción hace más difícil levantarse. Por eso, los retratos que he conseguido son fruto de mucho esfuerzo. Lo que se ve en mi web y redes son los logros, sin embargo lo que me sostuvo fueron las cualidades de las personas que confiaron en mí y las experiencias compartidas. Las fotos tienen valor, pero sin esas vivencias, serían como imágenes fabricadas por Inteligencia Artificial. ¿Para qué quedar con alguien que puede defraudarte si se da la posibilidad de hacer retratos a golpe de clic? Pues precisamente por eso: por la experiencia. Como decía Pierre Gonnord, “no hay buena fotografía sin un poco de humanismo”.

Seriedad — Para que algo funcione es esencial el respeto a la palabra dada. Comprometerse con una fecha y cumplirla sin cambios constantemente. Priorizar el proyecto, mostrar interés y ponerle el cariño que requiera para que el resultado sea digno a ese esfuerzo.

Confianza — Es una de las cualidades que más valoro. Ganarse la confianza de alguien que te entrega su intimidad no es fácil. Hay que saber construir ese puente.

Amistad — A veces, con la excusa de la fotografía, nace una relación sincera entre personas que comparten una afición. Uno siempre espera encontrar a alguien que merezca la pena conocer. Y es maravilloso cuando tú le muestras un mundo nuevo que aprende a apreciar gracias a esto.

Humildad — Entre tanta apariencia y ego, tiene doble mérito quien no se siente superior por su belleza. A esas personas les brillan los ojos de otra manera. Tienen un aura especial.

Gratitud — Hay quien actúa como si te hiciera un favor por dejarse fotografiar, como si fueras a un museo y te dejaran sacar la cámara. Pero también hay quienes agradecen la oportunidad, valorándola como algo compartido por los dos.

Juego — Crear es un juego. Hay que probar, experimentar. No se trata de una receta cerrada a seguir paso por paso. Aunque prepares una sesión, el arte te sorprenderte muchas veces. Cuando alguien disfruta contigo de esa exploración, la satisfacción es doble.

Aprendizaje — Lo más duro es comenzar, cuando todo es nuevo y no tienes una mirada definida si acaso alguna vez la consigues. Es una suerte encontrar personas que también están aprendiendo y quieren compartir ese proceso.

Curiosidad — Sólo hace falta una base: la curiosidad. Hay gente que quiere descubrir y ver a dónde diablos se llega, que se presta a experimentos con la intención de disfrutar tanto del proceso como de su resultado.

Pasión — He aprendido de muchas personas a las que retraté, pero algunas tenían una pasión más allá de toda imaginación. Compartirla me reanimó en alguna ocasión para seguir. Fue como encontrar una pareja para continuar jugando la partida de damas.

Amor — De todas las cosas que me ha dado la fotografía, no creo que exista mayor aspiración.

No he dado nombres ni he querido mostrar rostros, ya que muchas de esas cualidades son compartidas entre las personas que capturó mi cámara. Muchas de ellas se han quedado en el disco duro, aunque también podrían estar en esta selección de diez. No obstante, estas palabras las escribí pensando en todas ellas: unas sesenta mujeres. Todo fue un regalo mutuo que compartimos quienes decidieron colaborar conmigo y darme la oportunidad de tratar de crear juntos algo artístico. A ellas, les estaré siempre profundamente agradecido.