Internet ha terminado sometiéndonos a una comparación social permanente. La exposición continua a imágenes idealizadas (seleccionadas, procesadas y/o manipuladas) nos lleva a desarrollar una vigilancia inflexible y constante. Este fenómeno, conocido como autoobjetivación, consiste en convertirnos en objeto de nuestra propia mirada crítica, adoptando la perspectiva de un observador ajeno sobre nuestra imagen. No se trata de una simple inseguridad; es una dinámica vinculada a una ansiedad severa y a una presión social que históricamente ha examinado con mayor intensidad el cuerpo femenino. Y que, a diferencia de lo que muchos suelen creer, la pueden sufrir todas las personas sin excepción del grado de atracción. Por todo esto, no es de extrañar que hayamos creado una asociación negativa con la cámara: en lugar de verla como una herramienta aséptica que captura lo que observamos, la percibimos como un juez implacable que logra resaltar aquello que no encaja con el canon de belleza imperante.
Por qué sí deberías contar tu historia (y no lo sabes)
Asimismo, las personas que comparten sus imágenes, poseen fines muy diversos: desde quienes desean alcanzar cierta valoración ajena, hasta los que lo hacen como autoconocimiento, e incluso por amor propio. En medio de todo ese ruido visual, existe otro tipo de fotografía que se aleja del foco de la aprobación externa. Una práctica que no busca el aplauso algorítmico, que posee intenciones artísticas y funciona como una poderosa herramienta de autoaceptación. En ella lo que importa no es solo la imagen final, sino la experiencia en sí: un encuentro con uno mismo, registrado por una cámara que no juzga, sino que atestigua. Algo que no guarda una intención de gustar a otros ni de exponerse, sino de SER. Para ti y para esa memoria futura, que ahora no lo sabes, pero que un día lo agradecerá.

Nadie duda cuando la historia que se cuenta es entre dos personas en sesiones de pareja, ya sea una boda o algo “menos especial”. Pero hacerse una sesión de fotos a uno mismo se suele considerar egolatría. Sin embargo, en manos de alguien con una mirada especial, puede ser un acto íntimo de cuidado y de valentía, una forma de detener el tiempo, de mirarte sin máscaras, habitar tu cuerpo con dignidad y dejar constancia de quién eres en este momento de tu vida que seguro echarás de menos con el tiempo.

Aquí van siete razones por las que deberías hacerte fotos para contar tu historia y participar en un acto creativo (más allá del ‘like’).
1. Congelar el tiempo y honrar tu historia
La fotografía es el único invento que conocemos capaz de congelar el tiempo. Con el paso de los años, ya nada volverá a ser como era. Esas imágenes serán todo lo que nos quede de un momento… y de una imagen que tarde o temprano aprenderemos a valorar. Frente a las imágenes superficiales, repetitivas y anodinas, existen «imágenes necesarias»: aquellas que registran la historia de una persona, que le permiten sentirse un SER de verdad y que le ayudan a reconciliarse consigo misma. Honrar tu biografía con un trabajo así es un regalo que te haces a ti y a tu memoria futura.

La magia de la Fotografía, como explicaba Roland Barthes, es su capacidad de decirnos «esto ha sido». Es un testimonio irrepetible de nuestra existencia.
2. Aprender a verte (de verdad) con tus propios ojos
Los retratos tomados por otra persona nos ofrecen la oportunidad única de vernos desde una perspectiva ajena, pero saludable. Aprendiendo con ello a aceptar las miradas ajenas, pero sin renunciar a ser nosotros mismos. Enriqueciendo la comprensión que tenemos de nuestra imagen hasta límites insospechados. Porque en mi experiencia, el objetivo de un retrato de intimidad no es salir «guapo» según los cánones, sino buscar una esencia despojada de la «máscara que todos nos ponemos al mostrarnos al mundo».

En la famosa sesión de Richard Avedon con Marilyn Monroe. Él esperó pacientemente a que la fachada radiante de la actriz se desvaneciera para capturar un instante de tristeza auténtica: la persona detrás del personaje. El fin es dar con el momento de autenticidad en el que la pose desaparece y emerge la verdad.
3. Reconectar con tu cuerpo
La fotografía puede ser un poderoso aliado terapéutico, una herramienta para reconciliarse con una misma y sanar la relación con el propio cuerpo. Al crear un espacio de confianza, la sesión se convierte en una oportunidad para «recolonizar el cuerpo con una nueva mirada», un ritual de liberación que nos permite habitar nuestro cuerpo con dignidad, sin pudor ni culpa. Como dice la arteterapeuta Cathy Malchiodi: «El cuerpo recuerda lo que la mente entierra y las artes expresivas lo ayudan a hablar».

Muchos artistas han hecho del retrato una forma de terapia encarnada. Hay trabajos muy potentes como los de Jo Spence y Olatz Vázquez, quienes usaron sus cámaras para confrontar el cáncer con crudeza y ternura; o el de Nan Goldin, que documentó desde dentro la adicción y la violencia. Ellas no buscaron la belleza, sino la verdad, transformando la cámara en una voz para sus luchas con un efecto sanador.
4. Practicar la valentía y alcanzar el bienestar personal
En la cultura digital, a menudo confundimos la exposición con la valentía. Sin embargo, la valentía performativa que persigue la validación en redes sociales es, en muchos casos, un «falso ímpetu valiente» que sólo disfraza una inseguridad. El verdadero valor no reside en mostrar nuestras seguridades. Al contrario, el coraje silencioso e interno de la fotografía de intimidad consiste en «exponernos de forma valiente con nuestras inseguridades». Es un acto de entrega que requiere dejar a un lado el miedo al juicio para mostrarnos tal cual somos. Y esto, paradójicamente, es lo que nos hace sentirnos libres, sentirnos bien con nosotros mismos definitivamente.

5. Convertirte en arte (porque tú no eres la foto)
Uno de los errores más comunes es identificarnos por completo con la imagen resultante, creer que somos la foto. Nos guste o no el resultado, solemos confundir a la persona con su representación, lo que nos ata a una búsqueda constante de la toma perfecta y nos genera frustración.

La famosa obra de René Magritte, «Ceci n’est pas une pipe» (Esto no es una pipa) nos advierte de este engaño demasiado común. La pintura de una pipa no es la pipa en sí, sino una representación. Del mismo modo, una fotografía tuya no eres tú; es una imagen de ti. Comprender esto es liberador. En el momento en que aceptas que te conviertes en parte de una obra, tu ego se desvanece y puedes disfrutar de formar parte de algo más grande. Algo bello por sí mismo, por el hecho que significa el acto de ofrecerte, exponerte y, sobre todo, por aceptarte como interés artístico.
6. Experimentar el silencio y la lentitud
En un contexto cultural de imágenes rápidas, posar sin prisa, sin objetivo de consumo inmediato, simplemente estar y ser es casi un acto subversivo, una ruptura consciente con el sistema, un gesto de desobediencia que reivindica el cuerpo no como un objeto de deseo comercial, sino como un territorio de significación. Estas sesiones invitan a bajar el ritmo, a escuchar el cuerpo, a habitar el silencio. La experiencia en sí —más allá del resultado— puede convertirse en un espacio de pausa, presencia y atención plena. La pausa permite al individuo dejar de enfocarse en el parecer para concentrarse únicamente en «ser y estar», asemejándose a un ejercicio de meditación con la cámara. Algo cada vez más raro… y más necesario.

7. Dejar un testimonio para otros
Y si de momento, no logras comprender por qué no hay más motivo que el de merecerte un acto de amor propio como éste, quizás entiendas que otras personas se merecen que lo hagas. La fotografía permite dejar un testimonio silencioso pero elocuente de quién fuiste en un momento concreto de tu vida. No como explicación, sino como presencia. Estas imágenes pueden convertirse, con el tiempo, en un legado íntimo para hijas, amigas, amantes o incluso para otras mujeres que se reconozcan en ellas. A veces una imagen dice “yo también estuve ahí” mejor que cualquier relato.

Este testimonio auténtico tiene un poder colectivo porque puede formar parte de proyectos que buscan visibilizar estas vivencias y ayudar a otras mujeres a exponerse o reconciliarse con su cuerpo y su historia. No es necesario tener un trauma o un episodio que superar, simplemente con ser es suficiente.
Conclusión
Una sesión de fotos con intención es un acto de amor propio necesario. Lejos de ser un ejercicio de vanidad, sirve para contar una historia dentro de una experiencia de autocuidado. Nos permite explorar nuestra identidad, fortalecer la autoestima y reconectar con la belleza que ya habita en nosotros. No es algo exclusivamente reservado a «modelos» con un canon estético. De hecho, este tipo de fotografías tiene la misma dificultad con personas de cuerpos estereotipados, ya que a todos nos cuesta mostrarnos de verdad. Es absurdo creer que uno no es digno de participar en el arte, de disfrutar de sus beneficios y de aprender a mirarse de una forma compasiva.

Considera estas reflexiones como una invitación para entrar en una conversación contigo misma. Deja brotar la idea hasta que te sientas de verdad merecedora de una experiencia como esta.