La fotografía transformó el arte al liberar a la pintura de representar la realidad. Hoy, la inteligencia artificial plantea un cambio similar: imágenes perfectas, generadas sin esfuerzo, sin viaje, sin experiencia. Pero esa facilidad elimina lo esencial: el acto de mirar, esperar, vivir el momento. La IA no puede capturar recuerdos, sólo simularlos. Por eso, lo vivido —lo imperfecto, lo real— cobrará más valor.
«La fotografía, qué paradoja, recupera y mata. Muy pronto esas veinte o treinta fotografías se tragarán al ser vivo. Y habrá un día en que ya nadie sobre la Tierra recordará a Daniel a través de una imagen móvil, cambiante. Entonces será apenas alguien señalado por un índice, con una pregunta: ¿y este, quién es?». ― Piedad Bonnett, Lo que no tiene nombre.
La invención de la fotografía allá por 1839 fue un punto de inflexión en el arte, especialmente en la pintura. Aunque hacía tiempo que el interés en la técnica había perdido protagonismo a favor de nuevas fórmulas, la fotografía terminó de asestar el golpe final para dar paso a una serie de estilos que partiendo del impresionismo terminaron en la abstracción, pasando por todas las vanguardias cuyo propósito no era otro que el de escapar de la copia fiel de la realidad: para eso ya estaba –o así se suponía— la fotografía.
La invención de la Inteligencia Digital (IA) es actualmente el nuevo invento que lo está cambiando todo. Desconozco en qué términos, pero el afán de muchos fotógrafos por capturar imágenes bellas, ya sea viajando a lugares de ensueño o contratando a modelos de cuerpos apolíneos, tiene pinta de que quedará restringido a los que insistan en el ejercicio de la técnica, así como siempre hubo quienes en la pintura persistieron en el realismo.
Campamento de refugiados saharahuis cuando estuve en 2014.
Detengámonos un momento en analizar los elementos que componen la fotografía centrada en capturar lo que ya es bello, e incluso en esa otra que busca encontrar la perspectiva de lo que sólo el ojo fotográfico lo convierte en bello (como era el sentido dado a los calotipos).
Muchos fotógrafos creen que sólo pueden crear imágenes atractivas a partir de cosas que ya lo son. Por este motivo se van a Islandia o fotografían a modelos bellísimas. El hecho aquí es capturar o poseer esa belleza a través del acto fotográfico. Otros fotógrafos, los que se consideran más artistas, buscan encontrar belleza en una realidad trivial o banal que necesita ser vista con otros ojos. Aquí, el fotógrafo-artista expone o señala a través de sus obras lo que cualquiera no puede ver, entre otras cosas porque el “filtro” de la cámara modifica la realidad y la transforma en una cosa diferente (el ojo humano no capta las cosas como lo hace la cámara con su lentes, el rango dinámico de los sensores o la latitud de la película, el mismo borde de la fotografía, etc.).
Sin embargo, todo esto ha volado por los aires con la IA. A golpe de clic, desde nuestro ordenador, tablet o móvil, ya tenemos imágenes “perfectas” o “imperfectas” de Islandia sin el incómodo viaje en Ryanair, o de Kendall Jenner o Gisele Bündchen sin necesidad de pagarles por ello o convencer a sus representantes de tu proyecto.
Imagen hecha por inteligencia artificial: ChatGPT
Hace años compré un libro llamado ¿Qué ha sido de la fotografía? Pero hoy la pregunta interesante es qué será de ella. Para encontrar la respuesta debemos cuestionarnos si hasta ahora, en la práctica de fotografiar, había sólo un deseo por encontrar lo bello o algo más.
Creo que no todo era eso y que algo más había, podría o debía haber, y ese algo será precisamente lo que sobreviva y lo que cobre más interés de aquí en adelante. ¿A qué me refiero? Pues fundamentalmente al acto en sí y todo lo que supone. Es decir, al sabor de ese viaje incómodo en Ryanair, a las largas charlas para encontrar confianza con los modelos, a las caminatas buscando ese “instante decisivo” del que hablaba Cartier-Bresson, etc. En pocas palabras, a la experiencia que supone todo lo que dota de valor a lo que se hace. Lo que no se puede conseguir generando imágenes con la IA es el deseo de capturar ese momento y retener en una fotografía la propia experiencia, el momento vivido cuando sucedió. De manifestar como señaló lúcidamente Roland Barthes: «Esto ha sido». La sustancia de la fotografía es lo ocurrido, requiere de la realidad aunque sea para transformarla. En ese sentido la IA se parece más a la pintura (añade) que a la fotografía (sustrae).
Hoy nos encontramos fascinados con esta capacidad informática para producir imágenes y, seguramente si pensábamos que la diarrea visual (en palabras de Jimmy Fox, antiguo editor de la agencia Magnum) a la que nos tenía sometida las redes iba a menguar, tendremos dos tazas más con la IA. Sin embargo, pronto dejaremos de sorprendernos porque viviremos enterrados en ellas del mismo modo que hoy ninguna foto de Islandia o de las modelos de Victoria Secret lo hacen más de un par de segundos; lo que se tarda en pasar a la siguiente en un scroll infinito en los Instagram, TikTok, Facebook, etc.
Ojo, los avances tecnológicos son fantásticos y necesarios para progresar, mejoran el mundo por más que a muchos les pese. Pero no son “lo mismo”. Al igual que los alimentos transgénicos han aumentado la capacidad de producción por su resistencia a plagas, enfermedades y a condiciones climáticas extremas garantizando cosechas más estables; todos sabemos que muchas de las frutas, verduras, etc., que se venden en los grandes supermercados ya no saben «como antes».
Paradójicamente, eso es lo que dota de mayor valor a “lo de siempre”. Porque ni el tomate del súper sabe a tomate, ni las imágenes de la IA provocarán las emociones que sólo los recuerdos personales son capaces de provocar con unafoto por ser hija de nuestra memoria.