«Mientras consideremos un árbol como una cosa obvia, natural y razonable creada para alimentar a una jirafa, entonces no podemos maravillarnos cabalmente de ese mismo árbol». —G.K. Chesterton (1)

Cualquiera que esté familiarizado con la jerga fotográfica sabe que la exposición es una combinación de parámetros en la cámara. Apertura, tiempo de obturación, ISO. Pero a mí también me gusta usar este término para referirme a la capacidad singular de algunas personas de dejarse hacer fotos. Concretaré primero este concepto y después hablaré de los diferentes grupos de mujeres que existen dentro y fuera de él, ya que esencialmente son en buena medida el sujeto de mis retratos de intimidad.

Con exposición o exponerse me refiero a la predisposición que presenta alguien para esa relación que se establece entre él o ella misma, el artista y el futurible espectador, a quien no podemos olvidar ya que su influencia en el proceso creativo es decisiva. Esta actitud que comento consiste en una entrega en la que los motivos pueden ser varios, pero el principal es el amor al arte. Como dice Harley Weir: «Fotografiar personas es una colaboración, un trío incluso, en la que la cámara es el tercer elemento» (2).

Claro que también hay razones por las que la gente se hace fotos de intimidad sin ningún interés por la Fotografía en sí. La utilizan para otros fines no necesariamente menores. Pero en su mayoría suelen confundir persona con imagen, identificándose con el resultado de tal modo que cuando se dice «qué foto más bonita», piensan que la referencia es a ellas al incluirse de manera inconsciente como imagen o como una parte dentro de la misma. Así, por norma, lo que se analiza o describe es el contenido, es decir, si la modelo sale favorecida o no, si es más o menos delgada o gruesa, tiene la cara o la piel de una u otra manera, etc. Se hace presuponiendo esta idea, en especial en las redes sociales. Es un error muy común que viene desde el nacimiento de este arte, cuando allá por 1839 Louis Daguerre presentó su daguerrotipo en la Academia de las Ciencias de París. Y Fox Talbot, científico, hizo lo propio con el calotipo (bautizando a su invento de un modo menos personalista, pero más pretencioso: «kalos», en griego bello) el mismo mes y año en la Real Institución de Gran Bretaña (3). Eran las primeras fotografías, y como se observará, ambas organizaciones estaban destinadas a la investigación científica, no eran academias de arte. Desde entonces creemos ciegamente en las fotos. Y desde entonces, y tras casi doscientos años de insistencia de estudiosos y fotógrafos como Joan FontcubertaEl Beso de Judas (4)— no ha sido posible desterrar la idea de confundir sujeto con objeto, esto es, la persona con la imagen de la persona. El «Ceci n’est pas une pipe» que pintaría René Magritte (5). Y no me estoy refiriendo a que las imágenes pueden ser manipuladas por filtros, Photoshop, IA, etc. No. Hablo sobre la diferencia entre la persona y la imagen de la persona. Pensad qué ocurre si vertimos este ingrediente en la manera de transitar por las redes sociales.

En el mundo que nos ha tocado vivir, no hay nadie que no posea una cámara profesional, ni mujeres ni hombres que no quieran mostrarse bellísimas y atractivos en sus perfiles de Instagram, Tiktok, etc. Sin embargo, hablemos de la realidad, que es siempre compleja y no debemos simplificarla. En 2021 un estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. indicó que unas tres de cada cinco chicas adolescentes manifestó algún tipo de ansiedad y estado depresivo. Un incremento de casi el 60% en comparación con 2011. La autora del libro Chicas al borde (Girls on the Brink, en su título en inglés), Donna Jackson Nakazawa, recalcaba la incidencia especial en las chicas y explicaba para BBC Mundo que entre las causas que se esconden en este aumento (biológicas, sociales y culturales), la principal culpable es el uso de las redes sociales (6). Aunque obviamente creo que sería fantástico que más personas se adentraran en un proceso de autoaceptación y autoconocimiento, una actividad más profunda que la de imitar las poses de celebrities e influencers con expresiones de películas eróticas de serie B; mi crítica es limitada. Defiendo, no sólo que todos debemos hacer aquello que nos apetezca, sea lo que sea; sino más aún, que nadie es mejor por hacer tal o cual cosa. No me gustaría que mis palabras se confundan con un discurso moral. Sólo intento defender una idea que a veces compite contra el mercado de la belleza canonizada. Y explicar en qué consiste el retrato de intimidad para tratar de convencer sobre los beneficios que posee hacerse fotos sin imposturas.

Pero sigamos camino hacia los amantes de la Fotografía. Podemos hablar ahora de los que no desean publicar sus imágenes en Internet u otro medio y las usan para lo que ha sido toda la vida: un recuerdo. No existe, que yo sepa, ningún invento capaz de congelar el tiempo como éste. Pensad que la memoria funciona exactamente igual: a través de fotogramas y no de una sucesión de ellos. No guardamos escenas en nuestra mente, guardamos instantáneas. Así que ojalá fuésemos más conscientes de su poder, pues dentro de unos años solo nos quedará de ese recuerdo las fotografías que nos hayamos hecho, o que nos hayamos dejado hacer.

Acotar en mayor medida los motivos de este grupo que no gusta de difundir sus fotos es del todo imposible. Pero a modo de ejemplos citaré algunos casos: están quienes persiguen congelar la belleza de su juventud, las que se enfrentan a un cambio físico ocasionado por alguna cirugía prevista, quienes se atreven con el proceso de autoaceptación, las que se preguntan por cómo son a través de la mirada de un autor, quienes sienten la curiosidad de vivir la experiencia de la sesión, incluso también las hay que tienen a bien dejarse hacer en forma de regalo para con el fotógrafo debido a algún tipo de amistad; pero ninguna de ellas lo hacen motivadas por una sensibilidad artística.

Retrato de Carolina en Málaga. 6.03.2023

En estos quince años desde que comencé a hacer retratos, he tenido la oportunidad de conocer a chicas con un gran interés, pero pocas eran conscientes de lo que suponía y, por ende, pocas la han mimado como creo que se merece. De ahí que el resultado final no siempre haya sido el deseado. No me refiero sólo a las fotos que se obtuvieron, sino a dónde han ido a parar, ya que muchas jamás han visto la luz, y otras peor, han sido censuradas por motivos incomprensibles tras verla. Está claro que no hay obligación en amar a la Fotografía, especialmente cuando eso supone el sacrificio de la propia intimidad. Mas, encontrar a una persona que sea capaz de desnudarse de sus complejos, de aceptar la imagen de ella que recoge la cámara, de comprender lo que supone en forma de registrar el tiempo, desde la piel hasta las arrugas. Un tiempo que termina dándole una pátina a la foto que la convierte en algo especial. Como explicaba Roland Barthes: ella nos habla y nos dice «esto ha sido» (7). Yo añadiría: «y nunca más será». Porque la fotografía encierra en sí un regusto que a la más alegre de todas la convierte, con el paso de los años, cuanto menos en una sonrisa melancólica.

De modo que para terminar, centrémonos ahora sí en las amantes de la Fotografía propiamente dicha. Dar con este tipo de chicas es un éxito excepcional que no suele sucederme. Quizás por eso hacer retratos de intimidad posee un mérito elevado. No sólo por el valor personal que esconde, sino por la sensibilidad artística que requiere, tanto de quien captura las imágenes como de quien se deja capturar. En otras palabras, podría decirse que en la colaboración o participación conjuntas, las personas fotografiadas también deben ser consideradas como artistas, por ser parte activa y no pasiva de este proceso creativo.

Así que: ¡Oh, qué regalo para los que disfrutamos con la Fotografía tener la suerte de topar con quienes se atrevieron a exponerse! Qué encuentro tan maravilloso se produce cuando nos despojamos de los prejuicios cincelados por la sociedad, de los miedos personales, reservas e inseguridades, cuando nos mostramos sin máscaras ante el mundo. Qué alegría es encontrar a quien comprende que el acto creativo justifica por sí solo el hecho de estar ahí y convertirse en imagen. Decía Cartier-Bresson que la sensibilidad no se enseña: «No existe una escuela de sensibilidad. No existe tal cosa. […] Necesitas […] enriquecer la mente y el vivir. Porque lo maravilloso de la fotografía […] tomada de la vida, de esta reacción personal, es esta reacción de la vida, donde somos nosotros mismos» (8).

Por todo ello, que la modelo (odio esta palabra) a quien fotografío vea a través de mis propios ojos. Conseguir que alcance la sensibilidad para fijarse en la belleza que yo encuentro y señalo en el marco de una foto, sin parar en edades, peso, arrugas, granos ni cánones de ningún tipo; pues la Fotografía no reconoce esos parámetros y el buen fotógrafo lo sabe y lo transmite… Cuando alcanzas este nivel conectando ese triángulo del que hablaba H. Weir. Cuando se produce exactamente eso, te sientes en una nube porque sucedió la magia de usar la Fotografía para capturar el encanto que se encierra en lo más profundo de la intimidad de un ser.

Por otro lado, comprendo que hacerse fotos para agradar a los demás y recibir la aprobación, o como mínimo, evitar la desaprobación es humano. ¿A quién no le gusta que lo alaben y a quién que lo denuesten? El problema está quizás en que nos llegue a importar demasiado lo que opinen los demás. Sin darnos cuenta anteponemos los prejuicios ajenos a nuestros propios deseos. Lo nuevo nos paraliza y nos bloquea, y sospecho que es demasiado común que temamos experimentar ante ese posible rechazo.

Y bueno, después de todo mi curiosidad camina por aquí. A veces tuve la suerte de dar con chicas que sacrificaron su intimidad por el acto creativo, aceptando convertirse de algún modo en una obra de arte. Siempre, siempre, siempre, lo agradeceré. Por eso la belleza de estas personas trasciende lo físico y se convierte automáticamente en algo aun mayor. Fueron estrellas fugaces que se cruzaron en mi camino entre tantas otras. Una rareza cuando ocurre, de ahí que no pueda dejar de mirar el cielo al caer la noche.

Por lo demás, no sé si Bresson tenía razón o no en lo de la sensibilidad. Saint-Exupéry decía que lo esencial es invisible a los ojos (9). Lo mismo hay que acercarse a la Fotografía utilizando otros sentidos.


(1) G.K. Chesterton (2009): En defensa de lo absurdo. Ensayo recogido en Correr tras el propio sombrero. El acantilado.
(2) Henry Carroll (2018): Los fotógrafos hablan sobre la fotografía. Cómo miran, piensan y disparan los maestros. Blume. Pág.: 46.
(3) Quentin Bajac (2011): La invención de la fotografía. La imagen revelada. Blume. Págs. 22 y sigs.
(4) Joan Fontcuberta (2015): El beso de Judas. Fotografía y verdad. Editorial GG.
(5) Lampkin, Fulwood (30-12-2016). La traición de las imágenes. www.historia-arte.com. https://historia-arte.com/obras/la-traicion-de-las-imagenes
(6) Bermúdez, Ángel (2-06-2023) Chicas al límite: por qué las adolescentes sufren más la ansiedad y la depresión que provocan las redes sociales. www.bbc.com. https://www.bbc.com/mundo/noticias-65762038
(7) Barthes, Roland (1989): La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Paidós. Pág. 91.
(8) La chose capitale, c’est le regard. Entretien avec Alain Desvergnes (1979) https://thomashammoudi.com/allons-rencontrer-henri-cartier-bresson
(9) Antoine de Saint-Exupéry (1943): El principito.