Tenía unos veintidós años cuando cayó en mis manos un libro de Enrique Rojas llamado El amor inteligente. Recuerdo que un amigo me preguntó entonces para qué leía aquello, y respondí que para saber qué era el amor. Con un toque de sorna, pero no exento de cierta verdad, me contestó: «Si Eva se enterase le daría un zamacuco». Eva había sido mi pareja durante varios años.

Desde muy pequeño siempre le he dado vueltas a este tema. Al fin y al cabo es, junto a la muerte, una de las grandes cuestiones que ha ocupado a la filosofía y la literatura. Yo diría que más atrayente que la señora de la guadaña. Solía pasar largas horas hablando con los amigos sobre ello, y con el tiempo me he dado cuenta de que todos hacemos lo mismo, a distintos niveles, pero es una preocupación capital en la vida de cualquiera. Por traer un par de ejemplos: Enrique Meneses acabó en la revolución cubana de Sierra Maestra porque fue a la isla en busca de una mujer de la que se había enamorado. Y a estas alturas del blog ya sabemos que a Andre Friedmann lo mató Gerda Taro, porque Robert Capa no sería tal sin la alemana. No sólo por responsable de su nombre inventado, sino porque tras su muerte al joven húngaro —tenía apenas veintitrés años cuando a ella le atropelló un tanque— no le quedó más que ese personaje en el que refugiarse cada mañana.

Alargaste el tiempo de la separación, y cuando cesó
el tiempo de la ausencia, y estuvimos cerca,
[volviste a separarte.]
Tu proximidad no fue más que un abrir y cerrar de ojos:
a ti retornó mi lejanía; a mí retornó mi angustia.
Así un extraviado en las sombras, cuando ha perdido la ruta,
ve brillar el relámpago en la tiniebla de la negra noche;
pero la ilusión de que dure se desvanece pronto.
¡Ciertas esperanzas no son útiles ni de provecho!

Después de El amor inteligente cayeron otros dos libros menos románticos del citado psiquiatra. Pero como quiera que suele suceder, las lecturas del primero me llevaron a otras. Una de ellas es una obra de la España del siglo XI. Me refiero a El collar de la paloma del poeta cordobés Ibn Hazm. Durante la carrera ya había oído hablar de este interesante y prolijo autor que hubo de sufrir tanto en vida, incluidas envidias y persecuciones: «Si quemáis el papel, no quemáis el pensamiento a él confiado, y menos aún el que está en mi mente». Conseguí hacerme con un ejemplar publicado por Alianza Editorial y me enfrasqué en su lectura ávido de respuestas que calmasen mis inquietudes. Aquella primera vez no logré acabarlo por completo. El libro de Hazm es un tratado sobre el amor que no escatima en situaciones, ejemplos y poemas. Aunque a veces algo tedioso por el hábito de citar las fuentes de donde su autor obtuvo los hechos. Leí entonces varios capítulos sueltos, pero quedé anclado en una de sus primeras risalas de La esencia del amor. Unos versos que me hicieron interiorizar algo que me ha perseguido cada día y cada noche:

Mi amor por ti, que es eterno por su propia esencia,
ha llegado a su apogeo, y no puede ni menguar ni crecer.
No tiene más causa ni motivo que la voluntad de amar.
¡Dios me libre de que nadie le conozca otro!
Cuando vemos que una cosa tiene su causa en sí misma,
goza de una existencia que no se extingue jamás;
pero si la tiene en algo distinto,
cesará cuando cese la causa de que depende.

Estas palabras me marcaron tanto, que el vértigo que sentía para el compromiso se disipó cuando logré comprenderlas. Se convirtieron en una fórmula infalible para reconocer a la persona amada: Escapa hasta que te abran la puerta de la jaula y no desees volar. Huye hasta que des con un alma a la que no puedas renunciar.

Exhalo amor de mí como el aliento,
y doy las riendas del alma a mis ojos enamorados.
Tengo un dueño que no cesa de huirme;
pero que, a veces y de improviso, se siente generoso.
Lo besé queriendo aliviarme;
pero la sequedad de mi corazón no hizo sino crecer.
Son mis entrañas como un seco herbazal
donde alguien arrojó un tizón ardiendo.

Más tarde he ido completando esta idea con otras lecturas y enseñanzas. Algunas veces vivo y otras veces la vida se me va con lo que escribo. No siempre hablaban del amor entre un hombre y una mujer. En este sentido me gusta cómo explicaba Joaquín Sabina en qué consistía una buena canción, algo que también podemos aplicar al tema de esta entrada. En un documental sobre Bob Dylan decía más o menos: La canción debe tener una buena melodía, ser interpretada por una voz atractiva, una letra con contenido, y eso que no sabe uno muy bien qué es, pero que es lo que verdaderamente importa (cita de memoria). Por definición, el amor consiste en abandonar toda lógica y razón, empeñarnos en encontrar sus causas lejos de explicaciones neuropsicológicas es inútil. Uno se enamora porque se enamora. No se tiene más causa ni motivo que la voluntad de amar. Y sin embargo lo cierto es que el amor no existe, pues ¿quién es capaz de abandonarse a sí mismo para entregarse a nadie? Quizá algunos dichosos logren anteponer el prójimo a su propio ser. Reconozco haber tenido la suerte de encontrarme a algunos de ellos, incluso a ser amado por este tipo de personas. Pero, reconozcámoslo, estos seres son sobrehumanos. No creo que sea sensato exigir a nadie que se abandone a tales extremos. En cualquier caso tampoco quiero entrar en las relaciones de pareja, pues creo que el sentimiento del amor existe fuera de ellas. ¿Acaso no sentimos atracción por personas que no hemos conocido?

¡Oh esperanza mía! Me deleito en el tormento que por ti sufro.
Mientras viva, no me apartaré de ti.
Si alguien me dice: “Ya te olvidarás de su amor”,
no le contesto más que con la ene y la o.

El caso es que El collar de la paloma me ha aclarado muchas ideas y aplacado tantas angustias. Con el tiempo lo he perdido en varias ocasiones, me lo robaron como quien roba un corazón. Viéndome así en la obligación de reponerlo. Otra vez plasmé de cabeza en una servilleta algunas de las rimas que cité más arriba. Pero entonces fue por el hecho de hacerlo, como quien besa por besar. Y en estos días leí y recité en voz alta hasta sus últimas páginas.

Y el hombre que, cuando tú le abandonas,
no pierde por ti su mejor resignación, es que es de hielo.

El motivo de esta entrada no es la recomendación de su lectura. Estoy seguro de que existen muchos artículos, libros y documentales que tratan de manera más completa y actualizada un tema tan apasionante. Sin embargo hay algo de romanticismo en esta obra por ser escrita hace diez siglos. Algo que la hace especial. El amor es un sentimiento que no ha cambiado tanto, aunque las relaciones sociales ya no sean las mismas. A pesar de la transformación de los roles en el hombre y la mujer, de las ventajas y la problemática que plantean las redes sociales; el amor, es ese sentimiento que nace dentro de uno inundándolo todo, expulsando cualquier intento de lógica que amenace con agarrarse a las paredes de la mente. Como digo, enamorarse seguirá consistiendo en volverse loco, perder la razón y abandonarse por completo sin otra posibilidad. De modo que si alguien trata de conquistarles con el collar de la paloma, mi consejo es que se alejen. Y si no pueden huir… sepan que están perdidos.

También Lope de Vega supo clavarlo en catorce versos magistrales que ojalá nunca comprendan, pues saben que comprender es ponerse en el lugar.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Sobre El collar de la paloma pueden consultar información en Internet. Existen algunos pdf que lo tratan y recopilaciones de sus poemas.