Es complicado saber por dónde empezar cuando el sentimiento de atracción te desborda constantemente. El reto es poner orden en el caos. Básicamente en esto consiste hacer una foto. Desde Robert Capa hasta Richard Avedon, pasando por Saul Leiter, Todd Hido o Vivian Maier. Renunciar a cualquiera de las fórmulas es bastante difícil. He decidido seguir jugando con la única pretensión de pasar el tiempo. Tratar de evocar historias a través de las imágenes y de los textos, sin ortodoxia pero con diligencia en las formas.
Me interesan las personas, las odio y las amo a partes iguales; y por encima de todo quiero aprender de ellas. Desde que comencé a hacer fotografía lo que deseaba era conocer la condición humana: la cámara me ha servido de excusa perfecta. India, Palestina, Marruecos, Ruanda, Cuba… mi interés por el interior de la personalidad y su intimidad ha sido una constante. Intento dar más atención a la charla, al encuentro; porque no hay descubrimiento sin estos ingredientes, y no hay encuentro sin desnudez.
El retrato de intimidad consiste en exponerse ante la cámara registrando una imagen irrepetible que se congelará en el tiempo. Esta es la magia, el «esto ha sido» que explicaba Roland Barthes en La cámara lúcida. Todas las personas tienen sus complejos e inseguridades, pero es aquí donde aparece la Fotografía para mostrarnos la belleza de lo cotidiano y una imagen agradable de la realidad. El precio a pagar es la entrega, la desnudez, la exposición como me gusta llamarlo. El valor que tiene la fotografía de intimidad no es el de mostrar nuestras seguridades, al contrario: consiste en exponernos de forma valiente con todas nuestras inseguridades. Y esto, paradójicamente, nos hace valientes.
Cuando cojo la cámara para hacer retratos lo que persigo es la naturalidad desnuda vestida del juego de la fotografía. Pero si tomas las palabras «desnuda» y «vestida» literalmente, nunca vas a comprender cuál es mi búsqueda fotográfica. Trato de conseguir algo más que mostrar la belleza deslumbrante de Afrodita. Deseo rescatar esa hermosura escondida que hay en cada persona. Soy un amante de la belleza.
Tengo una obsesión por la perfección y aprendí que no existe nada más perfecto en la naturaleza que el cuerpo de una mujer. Pero no deseo caer en grandes artificios o imposturas, no me interesan las fotos que presentan a la persona como si fuera un producto. Mi portfolio no tiene la pretensión de ser el catálogo de un concurso de misses. Y todo ello sin soslayar las limitaciones y posibilidades de este arte, pues no olvidemos que la fotografía tampoco deja de ser un trampantojo, el beso de Judas como nos advierte la obra de Joan Fontcuberta.
¿Merece la pena dedicarse a esto? Hasta que todo termine no podré saberlo. De momento lo único que sé es que hasta ahora no he podido renunciar a intentarlo.