«No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo».
—Fernando Pessoa
El autoconocimiento es un proceso que consiste en aprender a mirarse, ampliando la conciencia de quienes somos. Al mismo tiempo, o a partir de ahí, implica cuidarse, cuerpo y mente, reconociendo nuestras emociones y pensamientos.
Este camino pedregoso sólo puede pavimentarse con preguntas difíciles que requieren respuestas profundas para desvelar quién eres. Es una forma de mirarse que puede dar vértigo. No vale hacer trampas.
Descubrir a nuestro personaje es revelador, pero lo que de verdad libera es quitarse la máscara y mostrarse tal cual se es. Porque, si conocer bien un campo nos da seguridad para atravesarlo, conocernos a nosotros mismos nos conduce hacia una vida más enfocada, más fluida, más plena… y, por encima de todo, a una vida mucho más libre.
Lo mejor es que el autoconocimiento no tiene un canon ni exige perfección; al contrario, requiere del error y de equivocarse para aprender a perdonarse. Sólo se necesita el deseo de recorrer ese trayecto y la valentía para iluminar aquello que somos, hasta alcanzar nuestra autenticidad.
Las imágenes sanan y duelen, nos encogen por dentro, así como pueden hacernos volar. Construyen nuestras ideas (incluidas las de nosotros mismos), cimientan la memoria y pueden enseñarnos: desde mirar la vida usando múltiples perspectivas, hasta entender nuestra propia historia.
La palabra retrato viene del latín retrahere: re- (hacia atrás) y trahere (traer, sacar). Retratar es traer de vuelta y fijar en una imagen lo que está dentro de alguien, sacarlo a la superficie para que pueda ser visto, para que pueda ser libre.
A través de la Fotografía contamos con un instrumento que nos ofrece una manera distinta de ver, y al mismo tiempo nos regala la capacidad de dejar la huella de lo que ha sido en cada momento vivido de esta experiencia.