Alfred Eisenstaedt (Dierschau, 1898) comenzó a tomar fotografías con una Eastman Kodak que le había regalado su tío cuando tenía sólo 14 años. Escapando del holocausto en Europa emigró a Norteamérica donde pronto fue contratado por la revista Life. La temática de su trabajo es bastante prolija y diversa: la primera reunión entre Hitler y Mussolini, retratos de Albert Einstein, Marilyn Monroe, las secuelas de la bomba de Hiroshima, etc. Hasta su muerte en 1995 mantuvo activa su cámara, creando una brillante colección personal con más de 100.000 negativos.
El beso fue tomada el 14 de agosto de 1945 en el bullicio de Times Square. Varios jóvenes festejaban la victoria sobre Japón en la segunda Guerra Mundial parando a las chicas para besarlas. Parece que se trata de Glenn McDuffie el marinero de la Armada americana inmortalizado en la foto. Alfred lo siguió hasta que el muchacho dio con la enfermera de la imagen —posiblemente Edith Shain— abordada con un beso repentino y apasionado. La pareja se convirtió en una de las más conocidas en todo el mundo desde que Life la eligiera como portada poco después.
Días antes, el 3 de agosto el presidente Truman había dabo la orden de lanzar la bomba atómica. El 6 despegaba rumbo a Hiroshima la primera formación de boeing B-29. En pocos minutos una columna de humo y fuego se formó en el cielo y miles de personas murieron calcinados a 4.000 grados. Quienes lograron escapar de las quemaduras de la onda expansiva, fallecieron a los veinte o treinta días como consecuencia de los rayos gamma. Los norteamericanos esperaban la rendición inmediata de Japón, pero como esto no sucediera, arrojaron una segunda bomba sobre Nagasaki el 9 de agosto. El 14 Japón capituló sin condiciones frente a las fuerzas aliadas. Así terminaba la fase armada del conflicto.
El beso de Alfred es una imagen paradójica. Vemos la celebración del V-J Day (Victory over Japan Day) simbolizada en ese gesto romántico, pero cuando le damos la vuelta descubrimos cómo se esconde tras él el uso del arma más temida de la historia. Entre ambas bombas llegaron a causar más de 250.000 muertos, además de víctimas de malformaciones y enfermedades provocadas por la radioactividad en varias generaciones japonesas.