Jack London escribía al día mil palabras. No recordaba el dato. No sabía si eran mil, dos mil o tres mil. Hace tiempo leí la biografía de Jack London y en estos días ando reflexionando al respecto. Desde hace mucho que escribo. Tendría doce o trece años y ya me gustaba escribir. Es curioso cómo recuerdo las clases de lengua en las que nos obligaban a construir descripciones, poesía, ensayos y otros tipos de texto. Empecé, ya lo he dicho otras veces, con el género epistolar; textos que llamábamos ensayos y que terminaron convirtiéndose en cartas de amor entre una rubia que nunca tuve y yo. Le mandaba dentro de un sobre cerrado, folios mecanografiados, con comentarios cargados de crítica y de faltas de ortografía. Todavía los guardo. Es lo único que me quedó de ella. Por eso ahora les digo a mis alumnos que yo escribo por prescripción médica, y citando otra vez a Juan José Millás, escribir cauteriza las heridas. Alivia el espíritu a veces.
Pero vayamos al meollo. Estaba recordando al embriagado de Jack sobre eso de escribir mil palabras al día. Me lo estoy planteando seriamente. Jack London, quien dijo —por otra parte— prefiero vivir a escribir. Este californiano hizo de todo, y como Capa, supo exprimir al máximo la vida, se la bebió de un trago y luego se murió. Por el camino —que es la vida— viajó por mares y océanos, se peleó con cien hombres y conquistó a tantas mujeres; fue político durante algún tiempo, se convirtió en corresponsal de algunas guerras como la ruso-japonesa de 1905. Pero, a pesar de todo, escribió. Y no porque tuviese especial talento, sino porque se impuso una dura disciplina para alcanzar dicha meta. Ahora, cuando hojeo su biografía deteniéndome en las páginas dobladas que voy marcando como acostumbro con mi lectura. Esa biografía que le dedicó Alex Kershaw, tan adicto al estudio de vividores de esta calaña como London o el propio Capa —no en vano también es autor de Sangre y champán, una obra sobre la vida del fotógrafo húngaro—, rebosa de citas y frases célebres, pero me gustaría transcribir aquí una sobre el trabajo de la cual considero sacarán buen provecho los alumnos que aún me quedan en el blog.
En 1903 Jack detalló en un artículo de The Editor los secretos de su éxito. Decía así:
«No dejes tu trabajo para escribir a no ser que no tengas a nadie que dependa de ti. De todas las clases de obras, la ficción es la mejor pagada y, cuando es de calidad, se vende con mayor facilidad. Un buen chiste se vende más rápido que un buen poema y, teniendo en cuenta que has invertido sangre, sudor y lágrimas, está mejor pagado. Evita los finales tristes, lo duro, lo brutal, lo trágico, lo horrible si quieres ver tus escritos en la imprenta (en este sentido haz como digo yo y no como yo hago). El humor es lo más difícil de escribir, lo más fácil de vender y lo mejor pagado. Hay muy pocos que puedan hacerlo. Si tú puedes, hazlo con todas tus fuerzas. Será tu mina de oro. Fíjate en Mark Twain, por ejemplo.
No escribas demasiado. Concentra tus energías en una sola historia en vez de dispersarlas en varias. No te cuelgues esperando que te venga la inspiración, ve a por ella, a cazarla con un palo y si no la encuentras habrás, sin embargo, conseguido algo increíblemente parecido. Ponte una tarea y fuérzate a hacerla cada día; tendrás más palabras a tu favor a final de año. Estudia los trucos de los escritores que han triunfado. Han dominado las herramientas con las que a ti empiezan a salirte los dientes. Ellos hacen cosas, y sus obras ponen en evidencia cómo se hace. No esperes hasta que te lo diga una persona de buena voluntad, descúbrelo por ti mismo.
Asegúrate de que tus poros están despejados y tu digestión es buena. Ésta es, estoy convencido, la regla más importante de todas. Lleva contigo un cuaderno. Viaja y duerme con él, plasmando en él cada pensamiento suelto que se te ocurra. El papel barato no es tan perecedero como la materia gris, lo escrito por el lápiz dura más que la memoria. Y trabaja. Escríbelo en letra mayúscula: TRABAJA. TRABAJA constantemente. Indaga sobre la tierra, el universo, la fuerza y la materia y sobre el espíritu que surge a través de la fuerza y la materia, desde el gusano más pequeño hasta la divinidad. Quiero decir que hay que TRABAJAR para hallar una filosofía de vida. No importa si te equivocas de filosofía, con tal de que tengas una y de que te aferres a ella. Las tres cosas más grandes son la BUENA SALUD, el TRABAJO y una FILOSOFÍA DE VIDA. A estas podría añadir, no, he de añadir, una cuarta: la SINCERIDAD. Sin ella, las otras tres no tienen sentido. Con ella puedes alcanzar la grandeza y ocupar un lugar entre los gigantes.»
[Las mayúsculas no son mías.]
Getting into Print, 1903.
Siempre andamos buscándole el sentido a la vida. Nunca estamos seguros de lo que queremos. Caminamos como dice Sabina que lo hacemos, o sea; como siguen las cosas que no tienen sentido. Así que me llamó mucho la atención la actitud de Jack London sobre su deseo de publicar, y sobre todo, la disciplina, empeño y ahínco que imprimió a su carrera como escritor. De momento, de él sólo he leído esta biografía y Colmillo blanco hace ya varios años. Me resultó muy entretenida y me atrapó desde el comienzo, cuando el protagonista se queda solo observado por los lobos en la oscuridad de la noche. A Pérez-Reverte le pregunté vía twitter por alguna obra suya y me recomendó Talón de Hierro, sobre la lucha obrera. Algún día caerá, por supuesto.
La biografía podéis encontrarla en Jack London, un soñador americano de Alex Kershaw (BIBLIOTECA CAPITÁN NEMO).
Me faltan diez palabras para llegar a las mil. Ya.